sábado, 17 de enero de 2009

Brotes


Podría comenzar con un insulto, no sirves para nada (muy ligero, falta de imaginación o experiencia), la verdad es que mi mente redunda de aquí para allá y viceversa, en un andar turbio que nada deja más que un sopor amargo que me recorre la cabeza, desde las orejas hasta las pestañas, meciéndolas felizmente en un subi-baja alternado acoplado a un ritmo de swing con destellos inesperados de funk. ¿Cómo reparar el discurso sin coger resentimiento consigo mismo? Las palabras, esas traicioneras, saltan asustadas, unas tras otras y tomándose su tiempo, saltan a final de cuentas ante un abismo colorado, colorado como los chabacanos (aunque tal vez un poco más clarito). Desde hacía mucho quería hacer esto, esto, el proceso hace la diferencia, el destino es menos suculento que el trayecto. Desde que comienzo brotan estas palabras, brotan como cucarachas en un abrevadero, bebiéndose las últimas gotas de piedad, enfrascada con eminente seriedad en un sobre con remitente propio, redundando, entréguese esta carta al portador de la misma, no vaya a ser que se equivoque, entonces sí que se armaría. Puedo escribirme a mi mismo, sí que puedo, y esperar con tremenda ansiedad la venida del cartero que me traerá noticias de mi mismo, cómo estoy, qué he hecho, hace mucho que no escuchaba de mí ni de mí, qué bueno que me reporto, espero estar bien y tener felices fiestas, me veo luego y me cuido. Podría hablar en segunda o tercera persona, todo depende de la perspectiva, ¿me hablo a mí mismo o me hablo a mis espaldas? Fíjate que me/te/lo vi entrar a su casa (la mía, la suya, la tuya) y preguntarse/te/me cómo había estado su/tu/mi día. Mi día estuvo chévere (si todavía se usa tal palabra), casi no me hablé a mi mismo, a mí ya no me soporto, solo conversé conmigo y conmigo, muy a gusto, como cuando te me presenté y que me hablé todo el día de mis proyectos y sueños y me conté de mi colección de ticks y suciedades, ya sé, lo que uno no cuenta más que a sí mismo, sólo que esta vez estaba tan en confianza que me lo conté a mí, debo tenerlo en consideración, mi opinión es muy importante para mí. Y luego seguiré con despidos inusitados tal vez en primera persona del plural. Nos vemos luego. Es todo, las palabras me abandonan, no sin antes cerrar el sobre con un guiño de ojo rojo y un brindis lisonjero, señal inequívoca de un estado avanzado de esa cosa tan extraña que denominan ebriedad y que en variadas ocasiones la susodicha cosa termina en embarazos no deseados, vómitos no deseados, disputas no deseadas, moretones no deseados e incluso orines no deseados, generación... espontánea.

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