lunes, 5 de mayo de 2008

Intento de narrador omnisciente...

No tardó mucho en subir las escaleras, recogió pronto sus cosas y sin vacilar salió de la casa. No había nada más que decir, su padre llegaría pronto y con él Camila.

Fue directamente a casa de su amigo Ruperto corriendo entre calles vacías y un ambiente húmedo, casi sofocante, con luces que se añadían a la tonalidad tétrica de la situación. Corrió y corrió, como si el viento fuera su compañero y no quisiera quedarse atrás, corrió hasta quedarse sin oxígeno en los pulmones, en la tráquea, en la nariz. Llegó por fin al portón frontal de la casa, no quería hacer ruido pues despertaría a sus padres y hermanos, cosa que no ayudaría en lo absoluto. Tomó un pedruzco y consiguió atinarlo en la ventana de su amigo. Debió haber estado dormido, no salía, y él con su desesperación sentía pasar el tiempo como navajas por su cuerpo, rasguñando sus brazos y piernas y manos. Lanzó una, dos, tres piedras más, pero Ruperto no aparecía ni mostraba seña alguna de su presencia. Por fin se abrió el portón y apareció Ruperto, aún somnoliento pero con la mirada de intriga en su rostro. ¿Qué es lo que quieres a esta hora?- preguntó en tono enfadado-Más te vale que sea bueno. Mi padre y Camila están por llegar - respondió rápidamente- sabrán todo, no tengo otra opción, no puedo regresar-¿Qué harás entonces? No, yo no puedo acompañarte, en esto te metiste tú solo, te lo advertí. Se quedaron en silencio por unos instantes y entonces Carlos rompió en llanto. No es mi culpa, no es mi culpa- balbuceaba, pero Ruperto permanecía inmutable - no hay más que decir, puedes quedarte en la cochera esta noche, pero mañana tendrás que rendir cuentas- por fin exclamó.